Y sin embargo, tu puerta susurra mi compañía.
Me llama y me llama, y ya no sé si soy yo la que es incapaz de vivir sin ella, o es ella quien no puede dejar de sentir la emoción con la que la abro cada noche, cada tarde y cada mañana que estás tú ahí dentro, mi príncipe y mi mendigo, el que me hace llorar de felicidad, el que me calma.
Pero ahora no estás, y tu puerta me sigue llamando. Me pide que la abra y, como cada noche de mi mejor año, te vea ahí sentado, esperándome.
Y yo sentada en mi cama, oliendo las margaritas que dejaste, imaginándote al otro lado de la pared, encerrado, suplicándole a tu puerta que deje de llamarme, que está cerrada. Cerrada como cuando nos encerrábamos dentro.
Y aún así me llama, y aún así yo quemo noches frente a ella, esperando ver luz por donde solo sale la oscuridad de tu ausencia. Toco el manillar y lo giro. Pero está cerrada.
E.P.S.
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